lunes, 27 de junio de 2016

Gods' Creed - La noche eterna

Ruina. Se propagaron por estos valles, espléndidos campos de flores ahora ocultos en entre recuerdos y cenizas; radiantes riachuelos cuyos ecos aún resuenan en estanques pútridos; frutos coloridos sustituidos por tristes y moribundos cultivos. Incluso nuestro sol ya perdió su resplandor dorado, consumido por la muerte ahora se alza con un naranja otoñal.

En unos campos donde la tierra parece muerta y los cultivos no abundan, una cabeza se une al lodo tras caer secamente. A su lado, los pies descalzos, delgados y sucios de una mujer comienzan a marchar, cubierta solo con una tela negra harapienta, una capucha que no impediría la lluvia limpiar su rostro o cabello y una hoz plateada con mango de ébano blanco. La siniestra y delicada figura se abre paso por una plantación que a pesar de los campesino que se pueden ver trabajar a lo lejos, parece arruinada. Avanza, con paciencia e inadvertida por su entorno, hacia un poblado de más de cien casas, rodeado por un valle talado, quemado y moribundo.

Plaga. Surgidos de los despojos de sus propios fracasos, se propagaron por los valles del Edén, marchando con su orgullo, apisonando la vida con su fingida superioridad. Disputaron por cualquier duda ante su hegemonía, ya sean hermanos o la naturaleza misma. Arremetieron con acero, fuego, veneno y muerte. El cielo se ocultó tras un manto de oscura crueldad, la tierra se consumió junto los destrozados cuerpos y los ríos se tiñeron de sangre y lágrimas negras.

Un grito rompió el silencio. Alguien había sido testigo de cómo aquella vagabunda, pálida como la luna, había cosechado, con una hoja que rechazaba la sangre, la vida de una familia que casualmente se dirigían a los campos.

Ocaso. Ahora todos somos víctimas de su arrogancia. Hija mía, cuando despiertes nosotros ya estaremos de vuelta en casa, en aquellas praderas verdes, con los cielos celestes y bañados con luz dorada otra vez. Has sido concebida por nosotros solo para dar muerte, germinada para revivir los colores de este mundo y florecer como la noche eterna de nuestros enemigos.

Los cuerpos de los milicianos y ciudadanos armados ya superaban la docena. Ahora la mujer estaba rodeada, no solo de muerte, sino de ira: humanos armados hasta con antorchas. Tras abatir con facilidad, dada su agilidad y reflejos sorprendentemente rápidos para tan delgado cuerpo, la mujer suspiró, cansada, mientras alzaba su mirada a los ciudadanos que cada vez aumentaban en número. Sus labios eran rojos, como si estuvieran pintados, su nariz estrecha y redondeada, su piel tersa y deslumbrante.

Solo hay una forma de recuperar lo que nos habían regalado, combate este veneno con nuestro veneno.

Pocos segundos después de que varios hombres emprendieran su carga contra ella, el cuerpo de la mujer explotó con un sonido sordo, pero no fueron llamas ni humo lo que surgieron de su cuerpo, sino una nube negra con un zumbido apabullante, que ahogó los gritos de miedo y sufrimiento. Una nube llena de millones de mosquitos cuyo número parecía infinito y no demoró en ocultar el valle en una marabunta negra.

¡Cura esta inmunda horda con la mayor de las plagas!

Ya había caído la noche y la luna iluminaba todo el valle con su luz plateada, casi mágica. Los insectos aún se posaban sobre los cadáveres, ahora momificados, pero su número se había reducido considerablemente, ya que quedaban tan solo cientos de insectos consumiendo los cuerpos. El pueblo había sido consumido, solo se movían los insectos y animales. En ese panorama frío y tranquilo, uno de los cadáveres momificados, que aparentemente miraba los cielo, se puso de pie, vestido con la misma túnica harapienta y armada con la misma oz de plata que aquella quién trajo consigo la plaga.

Ella alzó su mano y la gran mayoría de mosquitos ascendieron generando aquella marabunta negra voladora que acabó por fundirse en el cuerpo de la mujer y al hacerlo ella recuperó poco a poco su carne, su piel blanca que parecía aún más bella a la luz de la luna, su cabello largo y lacio color azabache que parecía perderse con las sombras del poblado, y sus ojos plateados brillaban como los de un felino. Tras recuperar toda su forma, continuó su marcha, paciente e inadvertida, mientras que de los cadáveres comenzaron a brotar plantas con un verdor hipnótico y Liliums de varios tipos.

Yo te llamaré Lilith.

1 comentario:

  1. Qué tensióooooon, qué guaaaaaay!! No me esperaba para nada el final!!! Y está muy bien narrado, ENHORABUENA!!!

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